A pesar de la imagen que tiene la sociedad de estas explotaciones, muchas veces deformada por intereses de algunos colectivos, lo cierto es que los animales están tranquilos y cuidados.
No es sencillo para la prensa entrar en una explotación intensiva de porcino, y las razones principales son dos. La primera de ellas es la bioseguridad. Estas granjas restringen enormemente las visitas para proteger a los animales de posibles patógenos externos que podrían originar brotes de enfermedades difíciles de erradicar y que supondrían un gran golpe a la rentabilidad de la instalación. Y cuando se consigue entrar hay unos estrictos protocolos de desinfección destinados a minimizar los riesgos. Tuberculosis, peste porcina africana (PPA) y otras afecciones mantienen a los ganaderos en constante alerta.